domingo, 20 de diciembre de 2009

Educación rusa. Disciplina y relaciones entre profesores y alumnos.

El primer día que fui al colegio (odio cuando dicen "al cole", tampoco me gustan "el bibe, la pupa, y todo este lenguaje infantil usado por los adultos) llovía a cántaros. Como me lo imponía el código escolar, llevaba puestos un vestido de lana de color marrón, un delantal, zapatos y puñetas (¿de verdad se llaman así estas cositas tan bonitas que nuestras abuelas llevaban para salir los domingos?) blancos, una mochila enorme, y, lo más importante, me coronaba un lazo blanco que me podías servir de paraguas, así era de grande. Eran las 8 de la mañana, tenía sueño y frío, y, además, me dieron un ramo de flores que olían mucho y me hacían estornudar cada dos por tres. Total: no me gustaba nada. Bueno, el delantal, sí, era bonito, pero era algo insoportable estar casi una hora de pie con las manos ocupadas y bajo la lluvia escuchar discursos de adultos aburridos. Me alegré un poco cuando al final nos invitaron a entrar en el colegio y nos acompañaron hasta la aula que tenía que convertirse en nuestro segundo hogar durante los siguientes tres años.

Nos sentamos en las mesas, y una señora alta nos dijo que era nuestra maestra y que se llamaba Elena Grigórievna y nos explicó las reglas básicas.
1ª: a los profesores se les dice "usted" y se les llama por el nombre completo.
2ª: todos se sientan en pares: una chica más un chico, se sientan rectos con las manos cruzadas en la mesa.
3ª: durante las clases no se dice ni una palabra sin levantar una mano recta.


(primera foto - posición correcta, segunda foto - posición incorrecta)

Nos dieron un libro. Para mí un libro siempre ha sido una cosa sagrada, misteriosa, así que recibir un libro nuevo la primera cosa buena del día. Lo abrí y mi sonrisa desvaneció. Era el abecedario.
- Discuple, Elena Grigórievna, - levanté la mano. - ¿No tendrá usted otro libro? Verá, ya he leído éste y no me pareció muy divertido. En realidad, es para los niños pequeños.
Tenía 7 años y estaba locamente enamorada del niño estrella de Oscar Wilde (sin saber la importancia de este cuento en el mundo literario. Luego, elegí este cuento para mi proyecto de fin de carrera, hice mi propia traducción al ruso y obtuve la mejor nota. Hace poco releí mi traducción y me quedé sorprendida por la pésima calidad de mi trabajo).
- Verás, pequeña, - me contestó la maestra. - Otros niños no han leído en abecedario aún, por eso tienes que aguantar un poco hasta que lo lean.
- ¿Cuánto?
- Un año, me temo.

Decidí irme a estudiar con otro grupo, que ya estaban leyendo otras cosas. Hice que mis padres hablaran con el director, pero no me lo permitieron, así que me aburría durante todo el primer curso. Me divertía ayudando a los demás, corrigiendo sus errores antes de que lo hiciera la maestra y soñando del niño estrella mientras. Fue cuando aprendí la cuarta regla:
4ª: si te aburres demasiado, siempre puedes levantar la mano y salir al servicio. Mientras sales, puedes ir a la cafetería y comer un pastelito allí.

Con el tiempo las reglas se hicieron menos estrictas. Ya levantábamos la mano como el niño de la foto, no estábamos sentados tan rectos, pero seguíamos diciendo usted a los profesores, nos levantábamos si otro profesor entraba o cuando empezaba y terminaba la clase, y, lo más importante, seguíamos teniendo mucho respeto a los profesores.

No se permitía hacer ruido en los pasillos, no se permitían chicles (en la URSS sí, habían chicles de tres sabores: café, menta y fresa), no se permitían juguetes. Más o menos en el año 1993 quitaron el uniforme (una verdadera lástima) y permitieron llevar zapatos con un tacón pequeño, usar un poco de maquillaje natural, pero quedaba prohibido soltar el pelo. Eramos rebeldes, íbamos maquilladas, llevábamos leggins y faldas mini. Fumábamos en la puerta del colegio, nos besábamos en las discotecas escolares que empezaban a las seis y terminaban a las nueve, pero jamás nos atrevíamos a faltarles de respeto a nuestros maestros y profesores.

Ya os conté la única vez que me atreví a rebelarme contra una profesora, pero estaba tan agobiada y sufría tanto de que me tratara mal, que para mí ya no quedaba otras opciones.

Tambíen tengo que decir que en los años 90 ser un profesor era un sinónimo de ser un perdedor. A los profesores les pagaban tan poco, que la mayoría prefirieron vender cosas en el mercado que seguir dando clases. De los que quedaron, ninguno intento demostrarnos sus frustraciones. Seguían siendo buenos profesores, y buenas personas.

En la siguiente entrada de mi blog hablaré de facultativos, actividades extraescolares y de todas estas cosas que les gustan a los niños.

6 comentarios:

  1. La puñeta (en su acepción de complemento de vestir) es un adorno que se lleva en la bocamanga. Especialmente en togas de jueces, abogados,...

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  2. muy interesante rusa. Yo también tuve que llevar uniforme en mi época y recuerdo que había que a última hora de la clase, a eso de las cinco menos cuarto había que ponerse sentado y firmes, sino no nos dejaban salir y además teníamos que formar como si fuésemos militares en el comedor. Las filas que mejor formasen pasaban antes al comedor, así que estábamos incentivados a formar así. Estábamos sujetos a mucha disciplina, a mí personalmente esta disciplina siempre me sirvió para luchar fuerte por mis objetivos (pese a que hoy en día se pueda considerar la disciplina como algo poco progresista).
    Por cierto, voy a clase de ruso y tengo una profesora rusa ya no joven. Es muy buena profesora y sí que percibo una manera de enseñar distinta de la que he conocido aquí. Todos en la clase la apreciamos y coincidimos en valorarla mucho por su capacidad para enseñarnos.

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  3. ¡Vaya! pensaba que exagerabas con lo del tamaño del lazo en la cabeza, pero una vez vista la primera foto parece que era cierto :-). He de decir que los niños y niñas están muy guapos arregladitos, pero supongo que esa no sería la ropa de cada día - ¡la ropa de batalla! Yo nunca tuve uniforme escolar, creo que estaba reservado para los colegios privados -yo iba a uno público-, pero si recuerdo que en los primeros años escolares (con 7 ó 8 años) llevábamos una práctica bata blanca con rayas azules, ¡y he de decir que a mí me encantaba mi bata! En esos primeros años recuerdo un especial respeto a los profesores, pero enseguida cambiaron y se distendieron las formas, aunque no lo recuerdo demasiado bien. Si que me acuerdo de que en los primeros años de mi niñez existía la tradición de enviarle un regalo al profesor por navidad. Una botella de vino, turrón... Y era prácticamente una obligación.

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  4. El respeto a los profesores es una cuestión más cultural que disciplinaria. Ayer escuché una conversación entre dos adultos sobre lo mal que se portaba uno de ellos con los profesores cuando era pequeño. Y lo contaba con cierto orgullo, como una gran hazaña de la cual se enorgullece. Lo más curioso es que el que hablaba hace ahora de profesor y actualmente se queja mucho de sus alumnos.

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  5. Mas que cultural, yo diría que el respeto a los profesores o a cualquier persona es una cuestión educacional.

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  6. Todo es educacional, todo se aprende, nada viene dado. En los 90 los adolescentes rusos se pasaron por el forro todas las normas excepto ésta, la del respeto a los profes. No deja de ser curioso (también los educaron para levantar bien la mano y acabaron haciendo el ganso como aquí)...

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