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martes, 22 de diciembre de 2009

Educación rusa. Cuando los niños se aburren.

Disciplina, respeto, orden... Son cosas buenas, prácticas, pero cuando un niño tiene que estar sentado durante 40 minutos, casi sin poder moverse, el pobre se aburre. Un niño aburrido es un niño poco atento, incapaz de percibir información. Ni siquiera un adulto es capaz de estar atento durante más de tres minutos (por eso nos despistamos en las conferencias, cuando el discurso es largo y monótono), y los niños, pobrecitos... He visto estas miradas vacías, estos bostezos ahogados.

Por eso los adultos, que siempre pensamos que somos muy inteligentes, inventamos las recreaciones. En mis tiempos una clase duraba 40 minutos, luego empezaba una recreación de 10 minutos, y otra vez la clase. Para mantener el orden, los profesores inventaron las guardias. Cada grupo una vez al mes durante todas las recreaciones se ponía en los pasillos. El objetivo: tranquilizar a los niños aburridos. El guardia tenía el poder de parar al niño que corría o gritaba en el pasillo y hacerlo estar durante toda la recreación en la esquina más próxima.

Las esquinas en mi infancia era uno de los dos castigos más populares. Estar 15 minutos en la esquina cara a la pared era mi castigo personal por no haber comido la sopa del día. Otro castigo más famoso era el cinturón de cuero que dejaba marcas rojas en el culo.

En fin, cuarenta minutos sentado en la clase, recreación sin poder moverse, otros cuarenta otros diez, y al final llegaba el momento cuando se acababan todas las clases. Me cuesta mucho imaginar cuanto sufrían los vecinos de mi colegio, porque el ruido de 500 niños saliendo al mismo tiempo del edificio dejaban sordos a todos los peatones.

Los niños tenían sólo una asignatura para divertirse: el deporte. Eso sí, nos dejaba sin energía. Yo siempre he sido bastante débil y la única asignatura donde sacaba malas notas era el deporte. Tenía mala puntería (un día le dije a la profesora que tenía miopía y a partir de este día tengo miopía, aunque antes no la había tenido), no lograba encestar el balón cuando jugábamos al baloncesto, no podía trepar la cuerda. Me salvaba mi capacidad de correr. Corría mejor que todos y hasta hace poco participaba en los maratones. Los demás flipaban. Por fin podían gritar, por fin podían correr, por fin podían divertirse.

En mi niñez todos los niños se dividían en dos grupos: deportistas y empollones. Después del colegio los primeros iban a los facultativos deportivos: cursos de natación, fútbol, carate, ya sabéis, y los otros se dedicaban a leer en la biblioteca. Los dos clanes se reunián en pocas ocasiones, cuando hacía falta la fuerza de los primeros y la mente de otros. Eran días de septiembre, cuando todo el colegio iba a acampar en el bosque. Era una competición en varías categorías: canto, juegos deportivos, culinaria, concurso intelectual, concurtso artístico (donde teníamos que escribir un relato o un verso sobre el día) y otras, ya no me acuerdo de todo.

Luego se reunieron los dos clanes cuando empezó ella historia del ferrocarril infantil, pero no participé.

Y en invierno, clases de esquí, treinta niños con los esquís larguísimos (de campo, no de montaña), andaban en círculo bajo la nieve, temblando de frío y aprendiendo el vocabulario popular, que en todas las lenguas consiste principalmente en nombres de partes del cuerpo humano. Es allí dónde nosotros, los empollones, podíamos lucir nuestro nivel de educación explicando a los deportistas la diferencia semántica entre varios nombres de las mismas partes..

domingo, 20 de diciembre de 2009

Educación rusa. Disciplina y relaciones entre profesores y alumnos.

El primer día que fui al colegio (odio cuando dicen "al cole", tampoco me gustan "el bibe, la pupa, y todo este lenguaje infantil usado por los adultos) llovía a cántaros. Como me lo imponía el código escolar, llevaba puestos un vestido de lana de color marrón, un delantal, zapatos y puñetas (¿de verdad se llaman así estas cositas tan bonitas que nuestras abuelas llevaban para salir los domingos?) blancos, una mochila enorme, y, lo más importante, me coronaba un lazo blanco que me podías servir de paraguas, así era de grande. Eran las 8 de la mañana, tenía sueño y frío, y, además, me dieron un ramo de flores que olían mucho y me hacían estornudar cada dos por tres. Total: no me gustaba nada. Bueno, el delantal, sí, era bonito, pero era algo insoportable estar casi una hora de pie con las manos ocupadas y bajo la lluvia escuchar discursos de adultos aburridos. Me alegré un poco cuando al final nos invitaron a entrar en el colegio y nos acompañaron hasta la aula que tenía que convertirse en nuestro segundo hogar durante los siguientes tres años.

Nos sentamos en las mesas, y una señora alta nos dijo que era nuestra maestra y que se llamaba Elena Grigórievna y nos explicó las reglas básicas.
1ª: a los profesores se les dice "usted" y se les llama por el nombre completo.
2ª: todos se sientan en pares: una chica más un chico, se sientan rectos con las manos cruzadas en la mesa.
3ª: durante las clases no se dice ni una palabra sin levantar una mano recta.


(primera foto - posición correcta, segunda foto - posición incorrecta)

Nos dieron un libro. Para mí un libro siempre ha sido una cosa sagrada, misteriosa, así que recibir un libro nuevo la primera cosa buena del día. Lo abrí y mi sonrisa desvaneció. Era el abecedario.
- Discuple, Elena Grigórievna, - levanté la mano. - ¿No tendrá usted otro libro? Verá, ya he leído éste y no me pareció muy divertido. En realidad, es para los niños pequeños.
Tenía 7 años y estaba locamente enamorada del niño estrella de Oscar Wilde (sin saber la importancia de este cuento en el mundo literario. Luego, elegí este cuento para mi proyecto de fin de carrera, hice mi propia traducción al ruso y obtuve la mejor nota. Hace poco releí mi traducción y me quedé sorprendida por la pésima calidad de mi trabajo).
- Verás, pequeña, - me contestó la maestra. - Otros niños no han leído en abecedario aún, por eso tienes que aguantar un poco hasta que lo lean.
- ¿Cuánto?
- Un año, me temo.

Decidí irme a estudiar con otro grupo, que ya estaban leyendo otras cosas. Hice que mis padres hablaran con el director, pero no me lo permitieron, así que me aburría durante todo el primer curso. Me divertía ayudando a los demás, corrigiendo sus errores antes de que lo hiciera la maestra y soñando del niño estrella mientras. Fue cuando aprendí la cuarta regla:
4ª: si te aburres demasiado, siempre puedes levantar la mano y salir al servicio. Mientras sales, puedes ir a la cafetería y comer un pastelito allí.

Con el tiempo las reglas se hicieron menos estrictas. Ya levantábamos la mano como el niño de la foto, no estábamos sentados tan rectos, pero seguíamos diciendo usted a los profesores, nos levantábamos si otro profesor entraba o cuando empezaba y terminaba la clase, y, lo más importante, seguíamos teniendo mucho respeto a los profesores.

No se permitía hacer ruido en los pasillos, no se permitían chicles (en la URSS sí, habían chicles de tres sabores: café, menta y fresa), no se permitían juguetes. Más o menos en el año 1993 quitaron el uniforme (una verdadera lástima) y permitieron llevar zapatos con un tacón pequeño, usar un poco de maquillaje natural, pero quedaba prohibido soltar el pelo. Eramos rebeldes, íbamos maquilladas, llevábamos leggins y faldas mini. Fumábamos en la puerta del colegio, nos besábamos en las discotecas escolares que empezaban a las seis y terminaban a las nueve, pero jamás nos atrevíamos a faltarles de respeto a nuestros maestros y profesores.

Ya os conté la única vez que me atreví a rebelarme contra una profesora, pero estaba tan agobiada y sufría tanto de que me tratara mal, que para mí ya no quedaba otras opciones.

Tambíen tengo que decir que en los años 90 ser un profesor era un sinónimo de ser un perdedor. A los profesores les pagaban tan poco, que la mayoría prefirieron vender cosas en el mercado que seguir dando clases. De los que quedaron, ninguno intento demostrarnos sus frustraciones. Seguían siendo buenos profesores, y buenas personas.

En la siguiente entrada de mi blog hablaré de facultativos, actividades extraescolares y de todas estas cosas que les gustan a los niños.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Historia mafiosa. Segunda parte.

En un día de verano cuando hacía mucho calor, mis padres y yo estábamos en la terraza de nuestra casa de verano. Era la hora de comer, pero nadie quería moverse para preparar algo de comida. Mi madre me estaba haciendo trenzas africanas, mi padre leía un historia policíaca y de vez en cuando exclamaba: "te van a matar, idiota" o "que te maten ya".

De repente los tres oímos un tiro en la casa de los vecinos y un grito insoportable. Así gritan cerdos cuando les cortan la cabeza, lo sé.

"Le han matado", constató mi padre. Nos quedamos un momento sin palabras, sin saber que decir, como comentar lo que pasó. Y, además, el grito no era de un hombre. Los vecinos tenían una perra que en varias ocasiones había mordido a varias personas, así que a lo mejor alguien se venció y mató a la perra.

Al cabo de unos segundos, que nos parecieron una eternidad, vimos a mis dos amigas corriendo hacía nuestra puerta de entrada. Lloraban.

Salí para abrirles y vi que la hermana mayor estaba ensangrentada y la otra estada más pálida que la nieve. "Ayúdanos", dijo la segunda, a mi hermana se le explotó un mechero.

Llamé al hospital para que viniera una ambulancia. Les expliqué la situación y dije a donde ir y me contestaron que no se iban a meter en esto. El coche de mi padre estaba roto. Salí a la calle, paré el primer coche que pasaba, que, por suerte, era de otro vecino que nos conocía a todos. Fuimos a mi casa para recoger a las chicas.

Mi madre le estaba lavando la cara a la hermana mayor. Se veían granos de pólvora en sus mejillas, en su cuello. Faltaba la falange de un dedo en su mano derecha. En las rodillas tenía un bol lleno de la sangre que corría del dedo cortado. Estaba a punto de caerse desmayada, mi padre la sujetaba en la silla. La hermana menor lloraba sin parar.

Luego mi padre la cogió en brazos a la chica herida y la llevó al coche del vecino. Se fueron al hospital. Me quedé en casa, no cupe en el coche, fueron el vecino, dos chicas y mis padres. Pasé un buen rato pensando en lo que pasó después llamé al restaurante de la madre de mis vecinas.

Por la noche, cuando las chicas estaban ya en casa, oí gritos de su casa. El padre le estaba regañando a la hermana mayor: "Te dije que no tocaras nada en la estantería. Eres estúpida y por eso estás como estás".

El mechero estaba preparado para un competidor. La chica limpiaba la casa y vi este mechero. Como en esta casa nadie fumaba, se le ocurrió probar este mechero y, si funcionaba, regalárselo a un chico que le gustaba. Si ella fumara, se habría quedado sin cara.

Durante todo aquel verano me seguía preguntando si el dedo iba a volver a crecer. Le contestaba que no lo sabía hasta que un día me dijo "no va a crecer, no hay hueso".

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Historia mafiosa. Primera parte.

Como muchos niños rusos pasaba las vacaciones de verano en la casa de mis abuelos. Allí es donde tenía amigos de verdad, donde me sentía realmente libre y yo podía ser yo sin tener que hacer caso a mis padres y a mis profesores. Un verano encontré que la casa de un vecino, que siempre había estado vacía, se habitó. Los nuevos vecinos estaban construyendo una casa nueva, una casa enorme, de ladrillo en vez de madera. Eran jóvenes, como mis padres. Tenían dos hijas: una de 5 y otra de 6 años. Yo tenía 8.

Nos conocimos, y como algo natural les pregunté a que se dedicaban sus padres. La madre era directora de un restaurante, me dijeron. "Y vuestro padre?" pregunté.

- Es profesor, dijo una.
- Es conductor, dijo otra.

Luego se miraron y me dijeron "es hombre de negocios". A los 8 años me importaba muy poco a que negocio se dedicaba mi vecino. Era muy bruto, cambiaba coches cada mes, siempre iba rodeado de cuatro hombres, dos se sentaban en el asiento delantero (uno de ellos conducía), mi vecino se sentaba en el centro del asiento trasero, y otros dos hombres se sentaban a su lado. Gritaba mucho (luego supe que simplemente era un poco sordo) y le daba miedo a todo el mundo. La gente hablaba de él y no decía nada de bueno.

A mí no me caía mal. Apenas me hablaba, pero sonreía a veces, sus hijas eran buenas, la mujer era educada y siempre me invitaba a comer a su casa. De todos los amigos yo era la única a la que se permitía entrar. No sé porque tenían tanta confianza en mí. El marido no comía con la familia, siempre se le servía comida en un salón grandísimo y él comía con uno de los guardaespaldas, que era el más fiel.

Pasaban años y años, seguíamos siendo amigas con las chicas, entrar en su casa para mí era algo tan natural como entrar en mi propia casa. Me quedaba a dormir con ellas, pero eran noches sin sueño, porque el teléfono de la casa sonaba toda la noche y mi vecino hablaba en voz muy alta. Conocía a los guardaespaldas, bromeaba con ellos, jugábamos juntos al tenis de mesa o al billar.
Era algo natural estar en el salón de la casa hablando y ver como entraban cinco hombres con armas. Era natural volver a mi propia casa y ver a través de la ventana como llegaban coches de policía (milizia), de donde salían docenas de personas con máscaras y ametralladoras y se dirigían hacia la casa de los vecinos. Al día siguiente las chicas decían que su padre se había marchado de vacaciones. Nunca les hice ningún comentario sobre su padre.

La gente decía que tenían un pasillo en el sótano que llevaba de la casa hacia un escondite secreto. No vi ningún pasillo, ni laberinto, ni nada. Vi sacos de patatas guardadas para el invierno, vi muebles que ya no les servían, vi armas. Creo que si hubiera existido este pasillo, mi vecino no habría tenido que irse de vacaciones tantas veces. Sin embargo, las vacaciones no duraban mucho. Al día siguiente de su desaparición, se reunía el consejo de familia. Se reunía el dinero del clan y se elegía una persona para ir a hablar con el dueño del hotel a donde le llevaban a mi vecino. Solía salir al cabo de una semana o dos.

Yo aprovechaba mucho mi situación tan privilegiada. Si llamaba al taxi, no tenía que decir mi dirección. Decía "quiero un taxi a la casa de N." Sí iba a una discoteca con las chicas, jamás pagábamos la entrada. Además, ningún tío guarro se atrevía a tocarnos. Si aparecía alguien de otro pueblo que no sabía quienes eramos (eso sólo pasó un par de veces, ya que toda la provincia sabía quien era mi vecino), llamábamos a los guardaespaldas.

Cuando yo tenía 16 años, mis amigas - 14 y 13, el poder de mi vecino empezó a desvanecer. Me di cuenta de que la cosas ya no eran como antes cuando al entrar en la discoteca del pueblo, un hombre desconocido nos paró en la puerta y dijo "a pagar".

- Sabes, quienes somos? - le pregunto la mayor de las hermanas.
- Me importa un bledo, - contestó tranquilamente. - A pagar.

Así empezamos a convertirnos en simples mortales.

Mañana seguiré contándoos la historia de esta familia. Repito que la segunda parte va a ser dura, pero la voy a contar tal y como pasó. Si a alguien no le gustan cosas crueles, que no la lea.

martes, 8 de diciembre de 2009

Mi ciudad, ya que es una ciudad. Tercera parte.

Uno de mis lectores anónimos me citó la wikipedia:
La Conferencia Europea de Estadística de Praga considera como ciudad una aglomeración de más de 2.000 habitantes siempre que la población dedicada a la agricultura no exceda del 25% sobre el total. A partir de 10.000 habitantes, todas las aglomeraciones se consideran ciudades.

Así que mi pueblo es una ciudad de verdad, tiene más de 100.000 habitantes y la población no se dedica a la agricultura. Se dedica a la enseñanza. El lema de la ciudad dice "nosotros enseñamos volar a los aviones", y es pura verdad. Los aviones militares rusos se prueban en mi ciudad. Hay un tanto por ciento de habitantes que mueren probando aviones. He conocido a varios. Yo no sé mucho de aviones. Sé como vuelan, sí porque no se caen, pero lo que realmente me gustaría saber es porque a veces sí se caen aunque no deben. Creo que no soy la única a quien le interesa saber eso.

Pero iba a dedicar esta entrada al ferrocarril infantil. En mi ciudad desde hace 70 años existe un linea de tren donde sólo trabajan niños (de 11 a 17 años). Cuando tenía 11 años, todos mis amigos fueron a trabajar en el tren, todos, menos yo. Mis padres me lo prohibieron y cuando les dije que quería aprender algo interesante que me podía servir para algo en el futuro, me compraron un manual de inglés.

Es una carrera de 5 años, se supone que los alumnos practican en el tren o en las estaciones. Después de un par de meses de estudios casi todos mis amigos lo dejaron. Lo único que se permitía a los menores de 15 años era limpiar estaciones y vender billetes. Una desilusión horrible... yo, con mi manual de inglés (cabreada con los padres y llena de envidia) por fin pude decirles "suponía que iba a ser así, por eso no fui con vosotros". Creo que de todas formas es un proyecto interesante, cada verano que voy a Rusia, me doy la palabra de hacer un viajecito en este tren, pero hasta ahora no lo he hecho.



Era mala, y, además, protestona. A los 14 años hice que despidieran a una profesora. Hasta hoy estoy muy orgullosa de esta victoria. Era profesora de inglés y no me aguantaba. Cuando aprendí de memoria "adieu, adieu! my native shore" de Byron para una clase de lectura, me dijo que con un acento tan terrible no se podía citar a Byron. Cuando un alumno hacia dos errores, le ponía una nota buena y a mí, por la misma cantidad de errores, me ponía una mala. Si yo leía en clase, me decía que yo tenía que aprender a leer. Un día me sentí tan agobiada, que le dije que era una hija de puta y que las frustraciones de una tonta con bigote no tenían que convertirse en mis frustraciones. Me echó de la clase y me prohibió volver sin mis padres y sin el director. Fui al despacho del director y le conté todo lo que me había pasado. Me sorprendió mucho, pero el director me creyó. Vieron mis notas de inglés que eran muy, pero muy bajas, vieron las notas de las demás asignaturas que eran muy buenas y me hicieron pasar por un examen. Había tres profesores de inglés, el tutor de mi grupo, el director y un psicólogo. Aprobé el examen con la nota de sobresaliente. La profesora fue despedida.

Otros profesores me tenían mucho cariño aunque se cabreaban conmigo. Me encantada buscar errores en su trabajo. La profesora de literatura rusa nos dijo una vez que de toda la Unión Soviética, los mejores escritores son de la etnia rusa. La corregí que, por ejemplo, Nikolay Gogol era ucraniano, Shota Rustaveli era georgiano, Pushkin apenas era ruso por una simple razón - era negro. Me echó porque me atreví a discutir su opinión. En lo demás era una profesora buenísima que me enseño a escribir bien y me ayudó a publicar mis primeros relatos en un periódico.

La profesora de biología me echó porque la pregunte dónde en el póster del cuerpo humano se situaba el clítoris. De verdad me interesaba, tenía 10 años y cuando mis padres no estaban en casa, leía "Emmanuelle".

La profesora de historia me echó porque hice llorar a una compañera mía. Pero no fue culpa mía, la pobre me dijo que odiaba a los judíos y la pregunté si odiaba a Jesucristo también. "Como puedes comparar a Jesús con los judíos?", me dijo. "Porque era judío", la conteste, y se echó a llorar repitiendo "que no, era ruso!" La chica desde entonces tiene mucho cuidado con el nacionalismo y antisemitismo, a propósito.

También me echaban porque me vestía como me daba la gana, no recogía el pelo, y bostezaba durante las explicaciones del material nuevo. El día de mi graduación del colegio, los profesores lloraban. Espero que les daba lastima despedirse de mí.

PS: a finales de los años 90 al cura de la iglesia de Ramenskoye, lo echaron del trabajo. En su libreta profesional (cada ruso tiene su propia libreta donde se apunta la experiencia profesional) como motivo pusieron "profesionalmente inútil". Esto ya no es lo que vi, es lo que me contaron las abuelitas que trabajaban en esta iglesia cuando un día fui a ver como estaba todo.

Mañana y pasado mañana os contaré una historia mafiosa. La primera parte va a ser para todos, pero no recomiendo que las personas sensibles y mujeres embarazadas lean la segunda. va a ser un poco dura.

Gracias por vuestro apoyo, me da mucho ánimo ver que os interesa lo que cuento. Si os interesa un tema especial sobre mi país o sobre mi visión de España, preguntad. Si queréis corregirme o añadir algo a lo que escribo, bienvenidos.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Mi pueblo. Segunda parte

Mi pueblo fue construido en los años 40 del siglo pasado. Los viejos de allí dicen que lo construyeron los prisioneros militares de la guerra, pero no he encontrado la comprobación en los fuentes de información. Los edificios del casco viejo en su apariencia se parecen a los edificios que he visto en Alemania, y la arquitectura no se parece a la de la época de Stalin. Wikipedia dice que los primeros edificios aparecieron antes de la guerra, pero a mí me gusta más la versión popular. Es más romántica, aunque también es más cruel.

Hasta hace unos 15 años no había iglesias ni catedrales en este pueblo, las más cercanas estaban en un pueblo cercano y en Ramenskoye. La de Ramenskoye durante la guerra se usaba como almacén de armas. Luego la restauraron, mi padre participó en la restauración. Contaba que encontraron muchas armas en los sótanos y las tiraron todas al un lago cercano. El sacerdote de esta iglesia a principios de los años 90 vendía vídeos (reproductores VHS), no sé quien se los daba para vender. El primer vídeo que teníamos en casa, nos lo vendió él. Cuando le construyeron una dacha (casa de campo) a este sacerdote, pagó a los obreros en rublos. En billetes de un rublo, quiero decir. Para entenderlo un poco mejor, en aquella época un billete de un rublo era precisamente lo que daban los feligreses para la iglesia. Lo he visto, no lo invento ni es lo que me contaron.

En la misma época el mismo sacerdote le vendió otro vídeo a un familiar mío. El tío, vaya, de verdad era mi tío segundo, puso un cable de antena por todo el bloque donde vivía y cada noche a las 9 ponía películas de los EEUU. Con este cable todo el bloque se conectaba a ver estas películas. Cobraba una pasta.

En mi pueblo sólo había una tienda de regalos donde sólo una persona hablaba inglés a nivel how do you do? - five roubles - thank you. Esta señora ganaba más que todos por la propina que le dejaban los extranjeros (acompañados por los tíos de la KGB, por supuesto). Había un supermercado donde vendían embutidos de buena calidad (hecho de menos este sabor). En aquella época comíamos caviar. Nos lo podíamos permitir. Y, además, no estaba prohibido como ahora.

Pero lo mejor de mi pueblo era el ferrocarril infantil, el sueño de mi niñez. Os contaré este sueño en mi siguiente entrada.

También contaré porque los profesores me echaban de la clase y que injusticias sufría por la pasión por la belleza. Seguid leyendo...